No es la primera vez que lo veré, mucho menos la última. Pero mi recuerdo más nítido ocurre cuando íbamos en ese auto verde. Él iba manejando y yo estaba sentada a su lado, jamás me habían hecho sentir tan importante. Mis pies no alcanzaban el piso y mi vista apenas daba para el cielo.
Al fondo de mis pensamientos podía escuchar: "Hoy ya no sale el Sol, el cielo se ve nublado. Hoy que lloviendo está, yo te esperaré para pasear. Hoy que todo es ideal, quizás, para enamorarnos" casi como un juramento, un anticipo. Era cierto, el amor que sentía era inmenso. Fue en esos viajes que para mí significaban la inmensidad, cuándo me enseñó a esculpir nubes.
Nadie lo conoce cómo yo lo hago. Porque sólo yo recuerdo sus abrazos temblorosos y los domingos en el jardín. Y nada más a mí me dejó el amor por los Beatles. Soy la primera a la que le enseñó lo que era una estrella fugaz, y sé que sólo a mí me ha pedido perdón sobre una rodilla.
Lo espero cómo siempre lo he hecho. Con el corazón asustado y tal vez con algo de desgano -que a nadie le he dicho- pero basta con verme a los ojos. Es ahora cuando me sorprende mi anhelo a la universidad o la casa que nunca he sentido mía. Llegué temprano y eso me molesta. No logro discernir si mi incomodidad viene su ausencia que hoy pesa más que nunca o las miradas de los desconocidos.
Regreso de mis recuerdos para darme cuenta que ya no debo alzar la cara para verlo, basta con abrir los ojos. Vuelvo a ver las manos temblorosas en un cuerpo que ya no conozco. Miro por la ventana y sólo encuentro a Dios llorando; cómo la canción ya me lo había dicho. Ya se encuentra frente a mí, para separarme de mi voluntad. Cómo un recuerdo del futuro que me golpea directamente en la tristeza, dice:
¿Dónde está mi hija?
No hay comentarios:
Publicar un comentario